Relato:
Boli Faber estaba sobre el
escritorio, recostado sobre un folio en blanco y, por una vez, no estaba
garabateando sobre él. Descansaba plácidamente, mientras rememoraba los últimos
meses de trabajo incesante. Él y su dueña, la escritora, con la ayuda de los
folios en blanco y también, a veces, del teclado del ordenador, habían
conseguido terminar una nueva novela. Un trabajo arduo que los había mantenido
muchas noches en vela. Primero, con el trabajo previo de documentación. Después, concretando los primeros esquemas de
la trama. Más tarde, intentando perfilar al detalle la personalidad que tendría
cada uno de los personajes.
Luego, vinieron las horas de
estudio buscando la localización perfecta… Los apuntes de detalles técnicos:
fechas, datos… Por fin llegaron los primeros borradores, las correcciones, el
volver a reescribir algunos capítulos, más correcciones, un nuevo borrador…
Hubo momentos en que creyó que no lo conseguirían, pero una vez más, la autora
había logrado hacer magia.
Esa tarde había llegado la
caja con los primeros ejemplares. Había visto la emoción en los ojos de su
dueña al abrirla y poder palpar por primera vez algo que, hasta entonces, había
estado solo en su imaginación. También detectó ese instante fugaz de miedo al
formularse mentalmente la misma pregunta de siempre. ¿Gustará a los lectores?
La escritora, a primera hora
del día siguiente, cumpliría su ritual de llevar personalmente los ejemplares a
las librerías. Siempre lo hacía. Era una de las tareas, del largo camino de
autora, con la que más disfrutaba.
Bolígrafo, desde su posición
sobre la mesa, observó a los ejemplares en el suelo, dentro de la caja, muy
juntos unos de otros. Los notó asustados y eso no podía ser. Tenía que
conseguir inyectar autoestima y seguridad a esos jovencitos.
Se irguió sobre el folio y
accionó un par de veces su muelle para saltar con fuerza y llamar la atención
de todos.
—Bien amigos, mañana será un
gran día. ¿Todo el mundo está preparado?
Solo uno de los libros elevó
ligeramente la tapa, demostrando que había escuchado. Los demás, siguieron muy
quietos y pegados unos a otros para insuflarse seguridad.
El valiente, muy bajito,
respondió:
—Estamos un poco asustados. ¿Y
si no le gustamos a nadie?
Otra vez la misma cantinela,
pensó Boli.
—Vamos, no debéis tener miedo.
Habéis quedado fantásticos. Les vais a
encantar a todo el mundo.
Ahora sí que, los que estaban
tumbados arriba de todo, se movieron para ponerse de pie y dejar sitio para que
los de más abajo pudieran asomarse.
—¿Estás seguro? —preguntó otro
de los ejemplares.
Boli tuvo que ser honesto.
—Bueno, quizás no gustéis a
todo el mundo, pero eso es inevitable y hasta cierto punto lógico. Ya conocéis
el dicho “para gustos están los colores”.
Notó que la moral de su
público se venía abajo de nuevo y, antes de que el desánimo ganara terreno,
añadió:
—Pero, ¿sabéis qué? Debéis
estar orgullosos de lo que sois porque sois el fruto de mucho esfuerzo y mucho
trabajo por parte de vuestra autora. Vuestro interior, desde la primera hasta
la última de vuestras páginas, está repleta de esfuerzo, tesón e imaginación.
Un derroche total y absoluto de imaginación —aseguró mientras cogía impulso y,
como si fuera la primera bailarina del ballet nacional, se deslizaba a lo largo
de la mesa haciendo giros y cabriolas.
Los de la primera fila rieron
por lo exagerado de la afirmación y la todavía más exagerada puesta en escena.
—¿Qué va a pasar mañana? —quiso
saber otro de los ejemplares.
—Mañana, vuestra autora os
llevará a la librería. Y entonces, empezará de verdad vuestra vida. Porque la
vida de una novela no empieza hasta que alguien la lee.
—¿Algún consejo? —preguntó
otro de los ejemplares desde la última fila.
—Sí. Uno fundamental. No
debéis olvidar que cada uno de vosotros está formado por varios elementos:
portada, sinopsis, solapa, lomo… y todos ellos, son igual de importantes. Para tener éxito y conseguir que algún lector
se enamore de vosotros, todos esos elementos, tienen que actuar al unísono, como
un gran equipo. Si no, no lo conseguiréis.
Bolígrafo hizo una pausa y
paseó la vista por todos los ejemplares para asegurarse que les había quedado
claro. Tras unos segundos, añadió:
—¿Queréis que repasemos el
plan?
—Sí, por favor. Sí, por favor
—respondieron todos a coro, batiendo sus páginas.
Bien, por fin un poco de
entusiasmo, pensó Boli.
—De acuerdo, veamos… Lomo, si
os colocan en una estantería, que será lo más seguro, tú serás el encargado de
llamar la atención y conseguir que vuestro posible lector se fije en
vosotros. Haz un poco de trampa —propuso
con picardía—. Muévete a derecha e
izquierda hasta que consigas sobresalir más que el resto de novelas de tu
estante. Es un truco que suele dar resultado —aseguró con cierto tono de
marisabidilla.
Ahora, todos los ejemplares
escuchaban con atención.
—Una vez que Lomo haya hecho
su trabajo y vuestro posible lector os coja entre sus manos, será tu turno,
Portada. Eres la más hermosa de todo el equipo. Tendrás que ser capaz de que se
enamore al primer vistazo.
Boli percibió que a Portada,
con su halago, se le habían subido los humos a la cabeza y la puso de inmediato
en su lugar.
—Recuerda que sin el apoyo de Sinopsis,
nadie te entendería. Serías bella sí, pero una incomprendida. No olvides que,
si detrás de ti no tuvieras doscientas páginas contando una magnifica historia,
no serías nada más que una cara bonita.
Cuando estuvo seguro de que
había captado el concepto, tras otra teatral pausa, Bolígrafo continuó.
—Bien, si el posible lector,
tras acariciar levemente a Portada, os da la vuelta para echar un vistazo a la
contraportada, será una excelente señal. Sinopsis, entonces tú entrarás en
acción.
Las letras de la sinopsis,
algo nerviosas por la responsabilidad, se agrandaron y volvieron a encogerse,
hasta su tamaño normal, en cuestión de segundos.
—Tranquila, lo harás bien
—aseguró Boli—. Tu autora se ha encargado de que cuentes lo suficiente para
tentar, pero no demasiado para desvelar.
Los ejemplares saltaron y, en
el aire, hicieron chocar sus lomos unos con otros, soliviantados.
—Y, después ¿qué? —preguntó
uno de ellos.
—Bueno, a estas alturas creo
que tendréis a la mayoría de los lectores en el bolsillo. Pero, puede haber algún
hueso que sea más duro de roer. Los llaman “Lectores
exigentes” —aseguró bajando la voz hasta casi hacerse inaudible—. En esos
casos, aun faltará superar una última prueba.
—¿Cuál?
—He oído decir que, ese tipo
de lectores, antes de decidirse, suelen fisgonear en vuestro interior.
Todos los ejemplares boquearon
asombrados.
—Si ese es el caso, tú,
Primera página y quizás también Segunda y Tercera, tendréis que abriros como
las alas de una mariposa y mostrar orgullosas vuestro contenido. Dejad que os
acaricien y os miren de arriba a abajo. Si, al deslizar la yema de sus dedos
por encima de vosotras os hacen cosquillas, no se os ocurra daros la vuelta. Aguantad
sin moveros.
Peligrosamente inclinado hacia
delante, justo en el quicio del escritorio, advirtió:
—Algunos no se conforman con
eso y ojearán alguna página más de la parte central.
—¿Y si no paran de leer? —se
oyó preguntar a uno de los ejemplares desde el fondo de la caja.
Boli guardó silencio un
momento para pensar una buena estrategia, por si surgía esa contingencia.
—Bueno —respondió tras unos
segundos—, suelen hacerlo por sí solos pero, si insisten en seguir leyendo aquí
y allá, todas las páginas tendréis que poneros de acuerdo y correr unas hacia
las otras para cerrar el libro de golpe. Pensará que ha sido culpa de sus dedos
—conjeturó divertido—. Eso será suficiente para que desista de su empeño
—concluyó orgulloso por la solución que se le había ocurrido.
Suspiró, visiblemente emocionado
y añadió:
—Si os abraza con fuerza,
pegándoos a su pecho y echa a andar hacia el mostrador, vuestro destino quedará
unido al de esa persona para siempre.
—Y ¿si no lo hace? ¿Y si
vuelve a dejarnos en la estantería?
—Bueno, no pasa nada. Eso solo
querrá decir que no era vuestro lector predestinado. Todos tenéis uno, solo hay
que encontrarlo. Tendréis que repetir el proceso hasta que lo localicéis.
Todos guardaron silencio,
meditabundos.
La charla se estaba alargando
demasiado. Boli accionó de nuevo su muelle interior para dar un par de saltos y
con ello poner punto y final a su discurso.
—Venga, todos a su lugar.
Debéis descansar. Mañana es un gran día y tenéis que estar en plena forma. Os deseo mucha suerte. Ojalá no volvamos a
vernos —afirmó conteniendo la emoción—. Eso significará que todos hemos hecho
bien nuestro trabajo.
Los ejemplares se volvieron a
recolocar en la caja. Se oyeron murmullos mientras lo hacían. Un minuto después, todos estaban acomodados en
su lugar, como si nunca se hubieran movido.
Boli, satisfecho con su labor,
volvió a recostarse sobre el folio y todo quedó en silencio.